Recuerdo de la plaza de Isabel la Católica
Muchas veces este era el punto de encuentro. Los días daban para mucho más que ahora.
Los veranos en una capital de provincias se podían hacer soporíferos, las tardes eternas como la etapa reina del Tour de France, las noches infinitas.
En la Plaza, Colón le explica a Isabel sus planes para descubrir América. Aprovecha las sombras de la noche.
En otoño la fuente se rodeaba de jóvenes que salían a beber y a bailar en lugares donde la música era espantosa y la bebida peor. Había sitios en las afueras con el repertorio mucho peor, de garrafón, y copas con sabor a pachanga.
Se pusieron de moda unas camisas como manchadas de pintura, otras que se fabricaban ya arrugadas, zapatos alargados que llamaban de "chúpame la punta", adornos dorados y plateados, vaqueros desgastados de dos colores. Aún había quien tenía el descaro de reírse de las hombreras de los ochenta. Quedábamos por SMS. Algunos de ellos, los más urgentes, terminaban con un imperativo ansioso: CNTXT.
Regalaban chupitos de tequila a los amigos de las camareras, a los colegas del recogevasos. Nos contábamos las conquistas, los descubrimientos. Algunas aún estaban por venir, otras eran inventadas. (Una noche de esas te vi pasar por la acera del Banco de España y me imaginé viajando a América contigo).
El asfalto se derretía y el mar era casi tan lejano como otro continente, allí, donde ya estaban todos los demás y nos maravillábamos los que llegábamos con rezago.
Colón no descubrió América, decian los niños, América ya estaba allí.
G.G.Q.
Granada, 9 de agosto de 2020