Un apunte sobre la libertad
Decía Bertrand Russell en una entrevista que, cuando uno estudia cualquier asunto o cuando considera cualquier filosofía, lo importante es preguntarse acerca de los hechos. Estos días de precampaña electoral, me acuerdo de Rusell y también de Shakespeare: al inicio de Tito Andrónico, Saturnino y Bassiano se disputaban el poder en un debate tan satírico como verbalmente vacuo. Cuando Isabel Díaz Ayuso apela a la defensa de la libertad —esa mal llamada libertad que no sabemos muy bien en qué consiste— yo me acuerdo del infame Bassiano de Shakespeare: «¡Romanos, luchad por la libertad de vuestra elección!».
Lo cierto es que, fijándonos en los hechos, descubrimos que esa libertad equivale sospechosamente a comercio: la libertad de consumir en un bar sin la libertad de visitar a un amigo en su casa, la libertad de acudir a un centro de educación privado mientras en los públicos se modifican peligrosamente en plena pandemia los ratios de alumnos, la libertad de acudir cada mañana o cada sábado noche a un atasco de tráfico a la vez que se recorta la capacidad de los trenes de cercanías. Esta libertad es la misma que en la última década ha hecho que miles de familias traspasen el umbral de la pobreza dejando muy comprometida no sólo la libertad futura de sus hijos sino también la libertad más inmediata: no son pocas las bocas que dependen de los comedores escolares o de la caridad para alimentarse. Dados los hechos, se diría que esta libertad se parece demasiado al desmantelamiento de la libertad misma.
La dialéctica electoral se construye ya en términos tan abstractos que da igual lo que se diga porque nunca se dice nada o lo poco que se dice tiene consistencia vaporosa y es susceptible de contradicción a las pocas horas. La descalificación del comunismo recuerda tanto, tanto, a aquellos Estados Unidos enloquecidos del enloquecido Ignatius Reilly como el supuesto comunismo parece ser no más que un decorado en el que resuenan voces de anuncio de la TV. Entre tanta jerigonza ideológica se echa en falta algo de moral: la solidaridad y la empatía serían buenos puntos de partida. Apenas un par de eslóganes y el salseo del mercado de fichajes bastarán para conducir los bramidos de un debate diseñado para hooligans.
Más nos valdría prestar atención tan solo a los silenciosos, a quien hable con la precisión de los datos concretos, con las cifras que dan las entidades que están a pie de calle: los hospitales, los colegios, los informes de Cáritas que ya habían identificado este problema mucho antes de iniciarse la pandemia. O quizás haya que dar la batalla por perdida porque dicen las encuestas que votamos menos con la cabeza que con el hígado.
Decía Bertrand Russell en la misma entrevista que cité al principio que deberíamos considerar que «el amor es sabio y el odio es de locos». A Russell lo hubieran llamado buenista o ingenuo los especialistas en la perversión léxica. Quizás los consejos de Bertrand Russell son un buen punto de partida en la difícil tarea ciudadana de separar el grano de la paja.
G.G.Q.
Madrid, 28 de marzo de 2021