Además de George Floyd
Se asemejan la anatomía y la tecnología de un arma, la una es la extensión de la otra, o al revés: la rodilla que asfixió a George Floyd y la pistola que se disparó hace unos días asesinando Daunte Wright de alguna manera son la misma cosa, tentáculos diferentes del mismo monstruo marino.
Se dijo que la agente que efectuó el disparo se equivocó de pistola: quiso darle una descarga eléctrica pero desenfundó el arma equivocada. Es posible que el hombre que mató a George Floyd, Derek Chauvin, lo hiciera también por equivocación: que presionara su cuello durante más de ocho minutos sólo con la intención de torturarle o de humillarle sin llegar a cometer el homicidio. Quizás a estos homicidios los llaman involuntarios porque de alguna forma alguien entiende que es posible disparar o estrangular sin una clara intención asesina.
La rodilla de Derek Chauvin presionaba el cuello de George Floyd de manera quizás negligente pero consciente y voluntaria —y por ello ya ha sido condenado—. De igual modo, la mano de Daunte Wright se movió en un acto entrenado a conciencia para disparar un arma. La negligencia de un policía puede ser un error que desemboque en homicidio involuntario, pero después de tantas veces cometido el error se vuelve sistemático: hay vidas que importan más bien poco.
Parece que para ellos el gesto de la agresión, el asesinato, no era sino un movimiento natural. Que estos asesinatos se cometan a plena de luz del día y ante la presencia de testigos, como en el caso de Derek Chauvin, da que pensar. Detrás de estos homicidas, especie de verdugos sin capucha, está la complicidad de una sociedad en la que, hasta hace muy poco, casi ninguna voz se alzaba en defensa de los oprimidos. También es culpable, según me enseñaron, quien peca de omisión.
G.G.Q.
Madrid, 22 de abril de 2021