Estampa de sevilla

Plaza de España, Sevilla, octubre de 2021. Plaza de España, Sevilla, octubre de 2021.

Nuestros espacios míticos se han ido disolviendo en la acidez de los mares de turistas. De repente un día nos dimos cuenta de que a causa del tráfico y la masificación ya no se podía pasear por el Paseo de los Tristes de Granada. Ahora, un trombo humano atora cada rincón del centro de Sevilla como yo no recordaba haber visto jamás. Si lo pienso, salvo algún trasbordo urgente, hará unos diez años que no paro por Sevilla. Mi impresión de las cosas se va anticuando en una suerte de obsolescencia programada como la de esos ancianos que viven en encerrados en sí, en la memoria inexacta del anhelo.

Las calles se llenan de gente y de carruajes tirados por esos pobres caballos que desfallecen en los peores días del verano y uno, aturdido, no sabe por dónde caminar. Suenan palmas y tacones, acordes flamencos y cantaores desafinados que se vuelven invisibles tras la multitud infranqueable que los rodea. Un día de la primavera de 2008 comimos en un restaurante para turistas del barrio de Santa Cruz, tú y yo: no recuerdo que hubiera nadie nadie más en la ciudad, nadie más en el mundo, no era necesario, existíamos tú y yo sin necesitar nada más. Podría mencionar un par de historias de amor que sellan su eternidad a orillas del Guadalquivir, pero lo haré en otro momento.

En la Plaza de España, aún temprano, un río de gente anega las escalinatas y los puentes, se fotografía en los bancos y apoyados en las hornacinas. El parque de María Luisa se hunde en paseantes, a pie y a caballo, y una pandilla tumultuosa se congrega entorno a la estatua de Bécquer. Se abren las puertas de las iglesias y resuenan los órganos mientras los feligreses brotan hacia las aceras y se despliegan por los bares de la ciudad. Es octubre, pero salimos al sol como animales en busca de una primavera extraña. Quizás ese es el anhelo. Quién sabe de qué negrura invernal viene cada uno de estos paseantes.

G.G.Q.
Sevilla, 10 de octubre de 2021