Apunte sobre Chillida
Uno de esos lapsus: Estuve todo el día llamando para mí "abrazo" del horizonte a la imponente escultura de Chillida.
Quizás no hubiera sido mal nombre. Las líneas que delimitan este mundo forman un fractal: el horizonte se ve curvo desde la altura del cerro de Santa Catalina y parece estar abrazando la bahía de San Lorenzo; a su vez, la bahía extiende sus brazos, el del puerto y el de la Punta del Cervigón, que se adentran en una lejanía aparente y nublada; y en el círculo más interno el Elogio del horizonte invita a un abrazo estrecho con su curva abierta.
Pero quizás sea solo un mirador, un habitáculo en el que el hormigón se confunde con el color del oleaje y de la nubosidad variable de Gijón intentando volverse tan imponente como el mar, imitándolo en parte, solo para nombrarlo, a modo de elogio. Este hormigón es una mezcla especial que en su estructura interna, en su composición imposible para la arquitectura, incorpora precisamente los elementos de su propio lenguaje: virutas de fundición y grava gruesa para dotarlo de ese aspecto envejecido —que es el aspecto del horizonte vetusto de la bahía—.
Algo de pórtico hay en esta escultura, algo de tránsito: en su alzado toma la forma de una puerta que se abre un mundo diferente, del manto de hierba a la inmensidad gris del horizonte. En el alzado curvo nos habla de un eterno retorno que no llega.
Uno mira al mar desde allí y ya no es el mismo que subió unos minutos antes desde las calles de Cimadevilla. Quizás no es la escultura, sino el mar mismo quien habla. O quizás no es el mar, sino el infinito.
G.G.Q.
Gijón, 25 de septiembre de 2021