Apunte sobre el Paseo del Prado
Sólo aquí se puede sobrellevar la ola de calor. El paseo del Prado, junto al jardín Botánico, son los únicos lugares en los que el aire aún se puede respirar, en los que Madrid es habitable, a pesar del insoportable ruido del tráfico y de los martillos hidráulicos que, incansables, parecen estar en cada esquina.
Neptuno aguanta estoico el soletón en el extremo sur del circo del Prado —su condición acuática debe conferirle cierta inmunidad—. Yo me demoro en mi tramo a la sombra porque sé que al llegar a la glorieta de Atocha me espera un páramo de asfalto y losas desiertas: un buen puñado de carriles con la inalcanzable fuente en el centro, donde se quiere adivinar algo de agua.
Esta ciudad es pasto del tráfico. Algún día la humanidad recordará los siglos de dominio del automóvil, su humareda y sus planes asfálticos, con la misma extrañeza con la que pienso yo ahora en el Madrid de capa y sombrero de ala ancha en el que volaban los cubetazos de agua sucia por las ventanas. Los claxones, y otras cosas que se dicen, son nuestro moderno grito de "¡agua va!".
Algún día. O no.
Uno camina, más que paseando, buscando lugares por donde pasear. Andar se convierte en una forma de ficción, el anhelo de estar en otro sitio que apenas se intuye o se imagina. Me acuerdo, como siempre, de Baudelaire: siempre estaré bien allá donde no estoy.
G.G.Q.
Madrid, 12 de agosto de 2021