Apunte sobre el Albaycín
Hay sosiego en la luz de la tarde. La poca gente que se ve camina silenciosamente. Van mirando a su alrededor como quién descubre un jardín o una cueva de tesoros musterienses. No hay que mirar al atardecer, sino a las torres que se van llenando de ocre y de la presencia silente de las sombras: la magia de este barrio es en cierta forma oscura, habla a la vez del pasado y del futuro. El sol se marcha, algunos nos quedamos.
Yo no puedo retirarme de esta ciudad porque soy ella misma, escribió Lorca.
Hay parejas de amantes jóvenes que juegan a perderse por los callejones. Un fotógrafo solitario mira a su alrededor con la cámara en el extremo del brazo caído. Soñó con este lugar —imagino—, no con éste exactamente pero sí con uno semejante, y ahora al verse aquí perdido duda de la realidad. Serán imaginarias la calle del Agua y la puerta de las Pesas. Quizás los amantes que se perdieron al doblar la esquina también se habían visto en sueños el uno al otro antes de encontrarse por primera vez y al besarse, creyendo que nadie les ve o sin importarles, se recuerdan.
Todo esto ya había pasado antes. La calle se va quedando vacía y las torres de las iglesias sin luz. El viejo fotógrafo ha alzado la cámara y apunta, cansado e indeciso, sin saber muy bien a qué: quiere capturar en una instantánea todo lo que ya no está.
G.G.Q.
Madrid, 17 de Agosto de 2021